Sobre aprender a tejer

 


 Aprendo a tejer (con una aguja). 

Me enseña mi madre, recibo de ella el saberhacer. 

Esta vez, trascendemos el problema de la lateralidad (ella diestra, yo zurda) que, en intentos  previos, 

supo interponerse de forma contundente casi como si habláramos lenguajes diversos.

Logramos hacer el ritual "temuestro-teobservo", una vez más.  

Los primeros intentos torpes, claro. Pero después, inesperadamente, algo se suelta. 

Entonces, días más tarde, estoy tomada por un pequeño tejido que veo aparecer entre mis manos. 

Del ovillo, hago nacer una forma, la forma que yo quiero. Lo puedo hacer y deshacer, 

como Penélope, mientras siento pasar el tiempo. Un tiempo que parece abandonar la recta linealidad 

para redondearse, suave y lunar. 

No hay un lugar al que llegar, hay un ir y venir, ir y venir, de los dedos y la aguja, entremezclados en 

un ritmo sereno.

Allí, en esa fémina circularidad, una mujer que soy yo va apareciendo entre los hilos claros, una mujer 

que extrañaba sin saberlo. 

Algo de ese repetir los movimientos de las manos, me atrapa, me calma. Sentirlas tramar y destramar la 

trama me transporta, como en un trance parecido a un suave vuelo.

Un mudo reconocimiento, como un pasaje, se va abriendo. 

En el cuerpo una sensación de profundidad abriéndose delicada-mente, mientras las manos siguen su 

tejerdestejer lanas, sensaciones, recuerdos.  

En la mente un estado de silencio y de espacio abierto. Una paz inesperada, casi un arrullo que abraza 

como un cielo.

Ganas de estar, estar, estar ahí, en esa matriz cálida, sutil, como si Dios mismo me abrazara. 

Un calorcito que siento saliendo del pecho, extendiéndose a los brazos como un amor que 

todo lo abarca. Lo siento pulsante en las yemas de los dedos y el corazón palpitante en el cuerpo entero.

Un gozo profundo y las ganas de cantar naciendo en la garganta. Entonces mientras tejo, tarareo una 

tonadita inventada. 

La gata se me acerca y me mira como enamorada; sabiendo, estoy segura (lo sé por lo pleno 

de su mirada), eso de las tramas, los tiempos redondos y la mujerluna que vivía en ese ovillo de lana.

 

 

Victoria

Primavera 21.




Imagen: Olaf Hajek 



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